Tenemos que hablar de Kevin. La maldad en brazos en su madre.


We need to talk about Kevin. (USA 2011)
Dir. Lynne Ramsay
Reparto: Tilda Swinton, John C. Reilly, Ezra Miller

Pocas veces tenemos oportunidad de ver en cartelera comercial
, historias complejas que nos dejen pensando en las respuestas a múltiples preguntas que el relato en pantalla nos provoca. Pocas veces también tenemos oportunidad de que los directores nos consideren público pensante y que nos dejen no una, sino múltiples lecturas de lo que hemos visto. Un cine para pensar, tan raro como necesario en nuestros días, es lo que nos ofrece Ramsay con su adaptación a la novela de Lionel Shriver.
La cinta incluso es difícil de reseñar porque a fin de cuentas se entiende que es una historia intimista, enfocada desde la vivencia de uno solo de los personajes (en este caso la madre de Kevin), pero que sin embargo, eso no la convierte en un monólogo. La cinta termina por mostrarnos como la misma historia puede tener muchas versiones, pero hay una que es crucial para entenderla en toda su complejidad.
La trama gira alrededor de  Eva Khatchadourian, (Swinton) una mujer profesionista y sofisticada, que decide cerca de sus cuarenta años ser madre. Es así que Kevin llega al mundo, un chico que nos describen desde el principio con todas las características de un sociópata. Cuando Kevin alcanza la adolescencia, su naturaleza perturbada se manifiesta de un modo terrorífico y sobrecogedor. Es a causa de ello que la cinta nos va mostrando entre el pasado y el presente, como Eva recuerda lo que ha sido la relación con su hijo, y el ambiente familiar en que el chico se ha desarrollado.
Pero decir esto como sinopsis de la trama, es en realidad poco. Eva hace de los recuerdos escenas perturbadoras que provocan un sinnúmero de preguntas no sólo sobre la trama misma, sino de asuntos tan profundos como la maternidad, o la naturaleza de la maldad: ¿se hereda? ¿se aprende? ¿se cultiva?. Al final no encontramos respuestas para eso, porque la cinta no tiene intención de clarificarnos el punto, sino de dejarlo abierto, logrando que perdamos un poco la tranquilidad buscando encontrar respuestas.
Ramsay juega con las imágenes, sortea el relato y plantea tres posibilidades totalmente válidas: una, la de que hay una predisposición genética que impide la empatía, el acercamiento, la interacción con otras personas y por lo tanto generar sentimientos de amor, solidaridad, comprensión o cariño. Otra, la de que la maternidad es todavía un tema tabú, que asume que el cariño entre madre hijo se produce de manera automática, instintiva e incuestionable, siendo entonces que una madre que no logra nunca generar lazos afectivos genuinos y poderosos con sus hijos es una mala mujer y madre. Y tercero, que la maldad viene de la nada, se implanta de manera casi sobrenatural y que el demonio encuentra la manera de plantarse en las vidas de cualquier familia feliz solo para demostrarnos que existe.
La película  además es una obra maestra por su manufactura y narración, un caleidoscopio de imágenes y situaciones que no terminan de manera concluyente, pero generan la semilla de la pregunta en el espectador que se ve sacudido por sus propias ideas, obligándolo a replantearse el asunto de una manera diferente. Llena de metáforas visuales como la de la sangre, que se hace presente a lo largo de toda la trama – por destacar una de las más intrigantes dentro de la cinta-  y una actuación soberbia por parte de Tilda Swinton, que logra comunicar la desesperanza, el desasosiego, y la culpa con pura expresión corporal, con miradas intensas y cargadas de sentimientos encontrados; son sólo dos elementos destacados entre muchos otros.
Tenemos que hablar de Kevin es una cinta poderosa, cuestionadora. Un hábil manera de cuestionar el hedonismo en las sociedades modernas y la frustrada búsqueda de la felicidad, incluso pasando por tirar mitos como el de la maternidad, la femineidad, la familia, los valores y demás.

Por lo demás, una historia de madre hijo, que seguramente haría palidecer a los mismísimos Norma y Norman Bates, que sin duda representaban una de las relaciones madre-hijo más complejas que habíamos visto en el cine. El propio Norman nos los dijo alguna vez:  “El mejor amigo de un muchacho es su madre.” Quizás ahora ya no estamos tan seguros de creerle. 

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