La Dictadura Perfecta. Luis Estrada, las clases de ciencia política y el funcionamiento de la Caja China.
La Dictadura Perfecta. México, 2014.
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Dir. Luis Estrada
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Reparto: Damián Alcázar, Alfonso Herrera,
Joaquín Cosio, Tony Dalton, Silvia Navarro
De cómo funcionan los gobiernos y
si la política es una ciencia, se han ocupado grandes pensadores de la
humanidad. Yo misma recuerdo esas
discusiones cuando estudiaba sociología en la UNAM. Hay respuestas a esa pregunta
en muchos y variados sentidos, que van desde la tajante respuesta de que “las
ciencias sociales ni siquiera son ciencias” a las que afirman que todo lo que
sucede en el ámbito político es producto
de elaboradas y complejas estrategias de conspiración entre los poderosos.
Y es por ello, que una película
como La Dictadura Perfecta, vale la pena leerse en medio de estas dos
corrientes, aderezadas y enriquecidas por múltiples recursos fársicos que
provienen de nuestra propia realidad. Si la película es farsa, comedia,
melodrama o simplemente pieza, lo cierto es que va y viene de los distintos
géneros para plantearnos argumentos acerca de una teoría compleja: el papel que
juegan los distintos actores en la
conducción política de nuestro país.
La cinta empieza con los
escándalos derivados de las críticas a los desaguisados del mandatario mexicano
en redes sociales. Internet es un actor
nuevo en este panorama, ya que las burlas al poder siempre han existido, pero nunca se habían podido propagar de manera
tan rápida y masiva como en la actualidad. Para acallar las críticas, la
Televisora mexicana, en contubernio con la presidencia, decide difundir un escándalo acerca del Gobernador Carmelo
Vargas (Alcázar) para distraer la
atención. El asunto sale bien aunque
abre la puerta para una cadena de acontecimientos que desembocarán en la
carrera por la Presidencia y que serán conducidos, principalmente por la
televisora y su enorme – y comprobada- capacidad de influir en la opinión
pública.
Decir que la película trata de Televisa
y su relación con el poder, es una buena manera de resumirlo, pero se queda
corta en otros aspectos, porque dicha influencia alcanza al narco, los
partidos, la clase media y el ejército, que también cumplen un papel importante y en ocasiones decisorio.
Por otra parte, Luis Estrada,
fiel a sus planteamientos anteriores, nos muestra como la clase política se
renueva muy poco y cambia nada o
marginalmente sus métodos de operación.
Los Vargas, dinastía política que inicia en un basurero como nos mostró
la Ley de Herodes (L. Estrada 1999) tarda, pero llega al momento de competir
“por la grande”, recordando aquella frase de los Salinas de Gortari, que en
recuerdo a su padre se abrazaron alguna vez después del triunfo de Carlos con
la emotiva frase “nos tardamos pero llegamos”.
Esta es la primera premisa de la película: Los actores cambian de
rostro, la podredumbre que los anima y rodea no.
La segunda es que efectivamente,
la nuestra es una “televisión para jodidos” (dijera el Tigre Azcárraga) entendiéndose por ésta como la amplia masa de
personas que han heredado el gusto por el melodrama a partir de muchos años de
acondicionamiento tele novelero.
La tercera es quizás la más
novedosa: el funcionamiento de la caja
china. Un estrategia que permite acallar escándalos creando otros nuevos, cada
vez más trágicos, más oscuros y sobre todo – acorde a lo anterior- cada vez más
melodramáticos. Si la política es
ciencia, este quizás sea el mejor ejemplo de lo que se puede hacer por la vía
del ensayo el error. La forma más acabada de mostrar que hasta para ser
política hay que echarle algo de ciencia al asunto.
Estrada además logra que
reconozcamos en cada personaje un pedazo de nuestra realidad, en el cine se
escucha de repente exclamaciones de descubrimiento como “¡claro! ¿qué no es….”
(coloque aquí el nombre del personaje en cuestión, hay para todas y todos). El
locutor de televisión, la estrella de la telenovela, el narco, el general, pero
sobretodo el retrato de figuras variadas de la burocracia mexicana, algunas con
nombres poco encumbrados, pero de ésas de las cuales todos conocemos uno/a: el
tecnócrata, el lambiscón, el obediente, el traidor, el déspota, el corrupto…
todo un bestiario que haría palidecer a Max Weber (recordando nuevamente las
clases de ciencia política) y que es fiel con
la mitología del propio Estrada, mostrada en sus películas anteriores.
Por otra parte, considero que en
esta ocasión, Estrada logra uno de sus mejores elencos, combinando a su máxima
estrella que es Damián Alcázar con actores jóvenes e interesantes. Sin embargo,
también como en los casos anteriores, el
argumento es demasiado local, demasiado conocido para nosotros, y por ello
difícil de comprender para otros públicos. Ello pensando en su reciente
candidatura al Goya, donde es posible que no alcance el reconocimiento que se espera.
Por lo demás, es claro que es una
película para el círculo rojo y no para el gran público. Es claro también que
Estrada tiene su propio público e intención definida y reconocible. Es claro
también que la película parece incómoda, pero solo porque nos recuerda que
Maquiavelo dijo una vez que “La política es el arte de engañar”… y con ello, la
clase de ciencia política queda cerrada con algunas de nuestras dudas
aclaradas y con un
sabor dulceamargo en la garganta.
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